Hoy abrimos la semana hablando de un álbum muy especial, Cuando mamá llevaba trenzas, el álbum de exordio de Concha Pasamar como autora, y que ha llegado a mis manos en un momento muy delicado de mi vida. He estado hablando con Concha y le he contado un poco sobre ello y ha sido muy bonito compartir con ella estas y muchas más cosas que hoy te traslado en la interesantísima y muy completa entrevista que me ha concedido. Concha además se ha dado disponible a colaborar con La Cuentería y ¡dedicará todos los ejemplares de Cuando mamá llevaba trenzas que se pidan esta semana en nuestra tienda!
Vamos a empezar conociendo este precioso álbum y luego leyendo las mismas palabras de Concha sobre él y sobre más aspectos literarios.
Cuando mamá llevaba trenzas
Autor: Concha Pasamar
Editorial: Bookolia
Edad Recomnedada Orientativa: desde los 4 años
Trama
Una niña abre una caja de cartón que guarda viejas fotos y recuerdos. Se sumerge en el mundo de la infancia de su madre y descubre cómo vivía ella, como era su día a día, viendo las diferencias y las cosas en común, viendo lo que une y lo que separa, lo que de generación y generación transmitimos, lo que de madre a hija sigue siendo un lazo que nos une.
Contenidos y valores
Como te comentaba al principio del post, este libro ha llegado a mis manos en un momento peculiar de mi vida. Llevo ya unas semanas inmersa en cierta nostalgia de mi familia, de mi madre y mi padre, de esas dos personas tan especiales y maravillosas que no solo me han dado la vida, sino que han hecho lo imposible para mi, que han intentado acompañar mis sueños, sostenerme en todo, ayudar a la familia que hemos creado Daniel y yo, dar todo su amor a mis hijas. Ahora ya son mayores y la lejanía que nos separa ya no se puede franquear con la velocidad y facilidad de hace diez años. En mi mente voy abriendo cajas de recuerdos, reviviendo todas esas experiencias vividas juntos y los momentos en los que, entre el olor a sábanas de lino cosidas por mi abuela, me encontraba con el pasado de mi madre, con esas fotos en blanco y negro que contaban un mundo lejano.
Es justo en este momento cuando llega Cuando mamá llevaba trenzas, y me invita a aceptar mis emociones ya a ofrecerle un tiempo de escucha. De la mano de Concha he vuelto a oler esas sábanas de lino, el ruido del arroyo, el sabor de esa rebanada de pan cargada de mantequilla y azúcar que mi abuela me preparaba cuando íbamos a visitarla a su casa del sur, esa misma que comía la madre de la niña que abre las páginas de este álbum.
Cuando mamá llevaba trenzas cuenta un entramado de relaciones vitales que unen generaciones y que son las fundamentas de los recuerdos de nuestra infancia, que se carga de aromas, luces, recuerdos leves que pueden ser evocados por pequeños elementos, sutiles olores que son capaces de hacernos retroceder en el tiempo.
A través de su recuerdo, mantenemos vivo el pasado mismo, hacemos que sea parte de nosotros, parte de ese puzzle emocional que nos compone y que a veces nos duele, como otras nos salva y guía.
De madre a hija, como vemos con el juego del teléfono que aparece en la portadilla de este álbum, así como comparando portada y contra, vamos guardando cada una las piedras de nuestra historia, aprendiendo a construir la memoria de nuestras vivencias, para que estas se trasladen, sin que podamos nosotras mismas controlarlas, a los que vendrán después de nosotros, a nuestras hijas, a nuestras nietas.
Me refiero a abuelas, madres hijas y nietas porque siento que este álbum se centra más en la figura de las mujeres de la familia, en ese matriarcado emocional que nos impregna a todas y que construye parte de nuestra identidad. Un libro que constituye un homenaje a todo lo que abuelas y madres nos han regalado, a todo lo que nos han ofrecido de mano a mano, cocinando, limpiando, trenzando, enredando nuestro propio pelo.
En ese enredo de emociones se tejen nuestros recuerdos y lo que aguardamos entre mano: un amor infinito para esas personas que ya no tenemos al lado, un cariño por ese tiempo que ya fue.
Y así de madre a hija, los recuerdos se trasladan, la historia se cuenta y se recrea, se hereda pero se transforma: se construye entonces una historia cíclica, que se cierra con la imagen de la hija pensando en la creación de una nueva caja, donde poder aguardar todas las experiencias, los recuerdos que un día alguien más se encontrará a descubrir, y ella a contar.
Ilustración
Tengo un débil por el estilo de Concha: adoro todo lo que hace, use lápices, acuarelas o digital. Su sensibilidad artística es altísima y consigue expresar con formas y paletas de colores tremendamente bien escogida estados emocionales que se transmiten de inmediato en cuanto entramos en contacto con la imagen misma. Y en este álbum no podía que ser así. Las tonalidades cromáticas elegidas casan perfectamente con la época histórica retratada, y nos regalan un chapuzón en el pasado completo.
Os recomiendo seguir su página en Facebook: cada cosita que comparte es una pequeña joya.
Para qué y para quién
Un libro para regalar a nuestras madres, y si tenemos la suerte de tenerlas aún con nosotros, a nuestras abuelas. Un libro para regalarnos a nosotras mismas, porque atesora esa relación tan importante que mantendremos toda la vida con nuestra madre. Un libro para compartir con nuestras hijas que nos hará volver a contar historias de nuestro pasado y del pasado de nuestra familia. Un álbum que dará pié a imaginar el futuro, o crear ya una nueva caja de recuerdos.
Un libro que nos invita a reflexionar también sobre las libertades que hemos ganado y las que hemos perdido: el juego libre en el campo, la comida casera, las conservas, el uso de recursos naturales y la conciencia del límite de esos recursos. El final del álbum -y su contra- muestran un mundo donde somos aparentemente más ricos, donde todo parece más fácil, donde llevamos el pelo suelto. Sin duda un buen punto de partida para pensar.
Estoy segura de que después de conocer su libro, tienes ganas de saber aún más sobre ella y sobre cómo nació este mismo libro. De esta y de muchas más cosas nos habla Concha en su entrevista.
ENTREVISTA A CONCHA PASAMAR
-¿Cuándo empezaste a dibujar e ilustrar con más constancia hasta decidir hacer de ello tu profesión?
En realidad, nunca tomé una decisión acerca de profesionalizarme en relación con la ilustración y no ha sido hasta hace muy poco cuando he tomado la determinación de dedicar sistemáticamente algo de mi tiempo a ilustrar, restándoselo a la que considero realmente mi profesión: la enseñanza (acabo de reducir levemente mi dedicación laboral). Pero sí es cierto que la palabra y el dibujo son ambas actividades vocacionales, y he tenido en la vida esa suerte de poder dedicarme a la filología y, mucho más recientemente, a la ilustración. Pero creo que fue en 2014 cuando comencé a interesarme por la ilustración, poco después de haber retomado el dibujo tras un largo parón.
-Cuando mamá llevaba trenzas es un álbum que nace durante un curso de creación de álbum ilustrado con Marián Lario. ¿Qué puedes contarnos de esta experiencia y qué fue lo que te impulsó a seguir con ella hasta llegar a publicar tu libro?
Precisamente fue a través de los cursos de Marián como volví a pensar en la posibilidad de ilustrar, no profesionalmente, sino como una manera de orientar el dibujo, que me resultaba terapéutico como actividad manual, pero quería llevarlo algo más allá de la reproducción de paisajes, retratos o bodegones. No es que considere el dibujo o la pintura insuficientes por sí mismos, pero en mi caso, quería buscarles otras motivaciones. En fin, hice el curso de composición con Marián, y luego vino uno de álbum, donde desarrollé otro proyecto personal que me gustaría retomar ahora. La experiencia me gustó tanto que repetí el curso en 2015, sin saber muy bien si orientarlo a terminar aquel proyecto o comenzar uno nuevo, pero de ahí salió el álbum de las trenzas. Ese curso de 2015 resultó una gozada por los proyectos de las compañeras, el ambiente y la retroalimentación que se generó en todas las direcciones y, por supuesto, por la labor de Marián, que no solo sabe muchísimo acerca del álbum, sino que sabe enseñar, que no es tan común. Es una de las mejores docentes que conozco -y conozco muchos-. Mientras se gestaba el proyecto nunca pensé en que pudiera publicarse: lo hacía para mí y para los míos, por eso puedo decir que es un trabajo desde la sinceridad. Llegué a terminar, durante el curso, además del texto y el storyboard, tres o cuatro definitivas. Marián me animó entonces a que lo presentara a editores, pero nunca tenía tiempo de adecentarlo para preparar un dossier. Esa es la parte del asunto que más pereza da, claro. En un momento dado, unos años después, y ya después de haber publicado algunas cosas, envié, desde la confianza, el material que tenía sin pulir a Luis Larraza, de bookolia, para pedirle opinión. Me respondió enseguida diciendo que lo quería publicar, y aquí estamos, también gracias al asesoramiento de Marián, a quien he consultado sobre el desarrollo final del proyecto.
-¿Te sientes más cómoda ilustrando o escribiendo también la historia que ilustras? ¿Hay alguna diferencia en el proceso de ilustración si acompañas un texto escrito por otros? Si es así, ¿cuál?
Probablemente sea más cómodo ilustrar lo que uno imagina simplemente porque tiene claro qué quiere transmitir mediante la combinación de texto e imagen y el primer juicio sobre la ilustración es el propio, mientras que al ilustrar un texto ajeno resulta inevitable pensar en el juicio del autor, en la posibilidad de que no encaje con su idea mental… Pero me encanta también ilustrar buenos textos de otras personas, y lo cierto es que he tenido la suerte de que he trabajado con autores que me han dado libertad y siempre han recibido bien mis propuestas. Creo que incluso en el caso más complicado, el del álbum, donde texto e imágenes se imbrican de una manera especial, mi experiencia reciente con Marina Montero (idea y texto) ha sido excelente. Ambas hemos cooperado en la construcción de una historia en la que el texto precisa de la imagen y esta de aquel para cobrar sentido. “Mil historias en la piel”, que busca editor, es una obra con varios niveles de lectura y para público amplio, como creo que sucede con “Cuando mamá llevaba trenzas”. Pero, efectivamente, los procesos son completamente diferentes: si ilustrador y autor son la misma persona, es este que maneja los recursos verbales y visuales para construir el sentido; en los demás casos, he partido de un texto ya dado, pero eso también depende del género: si no hablamos de álbum es más sencillo. Bueno, la poesía presenta también su complejidad, aunque el texto tenga su coherencia y su unidad de sentido por sí mismo…Pero también pueden darse casos de colaboración donde el autor del texto y el de las imágenes vayan construyendo el conjunto a la par… O, a la inversa: casos en que los textos surjan de las imágenes. Hay muchas maneras de crear textos ilustrados.
– ¿Qué inspira tus ilustraciones?
Uf, no es una pregunta fácil… Intento adaptarme a los textos o al sentido propio de cada proyecto y buscar inspiración desde lo que este requiera. Creo que hay un nivel más superficial de inspiración: el tema general o el estilo en sentido amplio pueden orientar la documentación (una fase que disfruto mucho), la paleta, algunas fuentes directas, etc. En un nivel más profundo, creo que la inspiración viene de uno mismo, de las propias vivencias, de sensaciones, de preferencias personales… Luego eso puede adoptar formas muy distintas, pero para mí es importante no forzarme demasiado: hacer cosas que me sienta capaz de hacer con mi propia voz, sin impostarla.
– Como lectora ¿qué es lo que buscas en un álbum ilustrado? ¿Cuál es el
ingrediente que no puede faltar para que te guste?
Busco que me conmueva emocional, estética o intelectualmente. Bueno, eso es lo que busco en cualquier obra literaria. Diría que en cualquier obra artística. Y si se da todo a la vez, mejor, claro. Pero al menos debe haber uno de esos tres factores.
– ¿Por qué no comprarías nunca un álbum ilustrado?
No compraría un álbum ilustrado del que se notase que ha sido creado simplemente desde el utilitarismo o el oportunismo. No compraría un álbum que insulte la inteligencia del lector, tenga este la edad que tenga. Tampoco un álbum ñoño -que sería un subtipo de lo anterior, creo-. Nunca me ha gustado la ñoñería. ¡Que me avisen si me pongo ñoña, jeje!
– Pensando en tu infancia, ¿recuerdas cuál era el cuento que más te
fascinaba?
Cuando yo era niña había pocos cuentos. Mis primeros recuerdos son de los cuentos de transmisión oral, con mi madre o mi abuela como narradoras… de esos recuerdo Caperucita y Hansel y Gretel, sobre todo. Mi madre era una gran narradora: también me encantaban los cuentos que ella inventaba en los que yo era la protagonista. Pero el primer libro con el que recuerdo pasar horas a modo de cuento era un libro de arte de mis padres: “Cien obras maestras de la pintura”, aquello era simplemente fascinante; luego fueron los cuentos de los hermanos Grimm, en las versiones originales y con pocas ilustraciones (a tinta): me gustaban todos, absolutamente todos: Blancanieves y Cenicienta, pero también La serpiente blanca, La pastora de los gansos, El rey Picodetordo, Juan sin Miedo, Juan de Hierro… Los he releído muy a menudo. Luego vinieron las sagas de Enyd Blyton (mi favorita era la de Los cinco). Rodari llegó más tarde, cuando ya andaba leyendo Agatha Christie o a los rusos, que fue muy pronto, pero tampoco era nada excepcional: mis amigas leían lo mismo, pero es que no teníamos mucha novela juvenil… Si hubiera que elegir uno, tal vez La pastora de los gansos, con aquella cabeza de caballo parlante… “si tu madre lo supiera, el corazón le partiera”.
– Sé que estás trabajando en la ilustración de un álbum que acompaña un texto de Mar Benegas y que verá a luz con Litera. ¿Cómo está siendo la realización de este proyecto? ¿Hay más cositas al horizonte?
Bueno, no se trata de un álbum, en realidad, sino de un poemario. Para mí es un lujo poner imágenes a estos textos, y también la manera en que Litera ha abordado el proyecto, con mimo y pensando bien, además del qué, el cómo. Ha habido tiempo para la maduración del conjunto, del que no puedo contar ahora mucho más…
Alguna cosita en el horizonte hay, sí: debo terminar las guardas y la cubierta para “Mil historias en la piel”, está la semilla de otro proyecto con dos autoras de LIJ, querría retomar mi primer proyecto personal de álbum y poder atender a algunos textos y propuestas de otro tipo de distintos amigos. Pero la ilustración, como ya he dicho, es una parte de mi vida, y en la otra existen también proyectos de investigación muy interesantes. Intento calibrar lo mejor posible lo que las dos facetas requieren de mí, porque, además, es muy importante dedicar tiempo al simple y maravilloso acto de vivir.
Con esta última frase tengo que decir que Concha me ha regalado un buen rato de reflexión: sin duda nos olvidamos a menudo de gozar de la vida y de lo que nos ofrece amano llenas día tras día.
Concha nos hará además un gran regalo: dedicar su álbum a tod@s l@s que lo pidamos a lo largo de esta semana en La Cuentería. Y sí, me incluyo porque yo lo voy a pedir dedicado a mi madre: será mi regalo de Navidad para ella de este año. No creo que pueda haber un álbum que exprese mejor ese vínculo que nos une y que siempre nos mantendrá unidas, pese al tiempo y a la distancia.
Si tú también quieres pedirlo, puedes hacerlo aquí:
Espero que os haya emocionado tanto como a mi.
Carmen González / 12 noviembre, 2018
Gracias Laura por darme a conocer a Concha. Leyendo tu reseña y la entrevista me ha cautivado y al igual que a ti, su última frase me ha hecho pensar en lo rápido que se nos pasan los días y el poco valor que le doy a levantarme cada mañana y poder disfrutar de mi niña.
Sigue así. Besos.
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Laura (Author) / 14 noviembre, 2018
Hola Carmen,
gracias por compartir tus emociones: sin duda Concha y su trabajo remueven mucho nuestro mundo interior, sobre todo en relación con la maternidad, el tiempo, la vida, la perspectiva de las cosas. Me alegro mucho que hayas disfrutado de este post: yo llevo dos días mirando menos al reloj y más a los ojos de mis hijas.
Un abrazo grande,
Laura
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